Carísimo:
Que Jesús te conforte y esté siempre contigo.
Recibo tu carta en la que me describes tus imperfecciones y tus penas, y querría poder aliviarte y enviarte algún remedio a tu enfermedad.
Pero, hijo mío, siento no poder hacerlo como sería mi deseo, porque ni el tiempo me lo permite, ni me acompañan las fuerzas ni físicas ni morales.
Me encuentro muy mal y me doy cuenta de haber llegado a ser superlativamente pesado a mí mismo.
La mayor parte de lo que me dices y de lo que silencias no necesita, de ordinario, más remedio que el paso del tiempo y de los ejercicios practicados según la regla bajo la cual se vive.
Hay igualmente algunas enfermedades físicas cuya curación no se consigue tomando medicamentos y sí, con modo idóneo de vivir.
El amor propio, la propia estima, la falsa libertad de espíritu, son raíces que no pueden arrancarse del corazón fácilmente; pero puede impedirse que produzcan sus frutos, que son los pecados.
Porque sus brotes y salidas, o sea las primeras sacudidas y primeros movimientos, no pueden impedirse del todo mientras estamos en este mundo; pero se puede, y en esto, debemos poner todo nuestro cuidado, moderar y disminuir su ímpetu y manera con la práctica asidua de la virtud contraria y particularmente de la humildad, de la obediencia y del amor a Dios.
Hay que tener paciencia, pues, y no desanimarse por cualquier imperfección o porque se cae en ella frecuentemente sin quererlo.
Quisiera tener un buen martillo para romper la punta de tu espíritu, que es demasiado sutil en los pensamientos de tu avanzar espiritual.
Pero te lo he dicho muchas veces, querido, y te lo repito otra más: en la vida espiritual hay que caminar con gran confianza.
Si obras bien, alaba y dale gracias al Señor por ello; si te acaece obrar mal, humíllate, sonrójate ante Dios de tu infidelidad, pero sin desanimarte; pide perdón, haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor vigilancia.
Ya sé muy bien que no quieres obrar mal dándote cuenta; y las faltas que cometes inadvertidamente solo deben servirte para adquirir humildad.
No temas y no te angusties con las dudas de tu conciencia, porque ya sabes que obrando con diligencia y haciendo tú cuanto puedas, solo te queda pedirle a Dios su amor, ya que Él no desea otra cosa que el tuyo.
Practica cuanto has aprendido de mí y otros; no temas y procura cultivar con tu amor, con diligencia, la suavidad y la humildad interior.
Había prometido ir ahí a pasar unos meses y poder veros a todos y deciros cosas hermosas de Jesús; y confortaros y confirmaros en las santas resoluciones; pero conviene renunciar, aun sintiéndolo mucho, por ahora, a causa del motivo arriba expresado.
Por ahora, Jesús no me lo permite y fíat! Cumpliré la promesa en cuanto el Señor lo quiera.
Pido continua y ardientemente al cielo mil bendiciones para ti y para nuestros hermanos, y sobre todo para que seas humilde y manso de corazón, y para que aproveches de las pruebas a que piadosamente te somete el Señor, recibiéndolas amorosamente por amor a quien por el nuestro toleró tantísimas.
Salúdame a todos, os abrazo a todos.
Salúdame a Fray Marcelino y dile que recibí su tarjeta y se lo agradezco de corazón, y si necesita algo de mí antes de que vaya yo ahí, que me escriba tan solo.
Pío
San Giovanni Rotondo, 03 Sept. de 1918